miércoles, 20 de junio de 2012

Colombia ha perdido 13 glaciares

El glaciar del Ritacuba Negro en una acuarela pintada hacia 1851 por la Comisión Corográfica. / Cortesía: Ministerio de Cultura.
Muy arriba, por encima de esa típica niebla que es muy propia al comenzar ciertos días, aparece, resplandeciente, una escarpada cima cubierta de blanco. Es el Ritacuba Negro, imponente mole glaciar que emerge en la parte norte de la Sierra Nevada de Güicán y Cocuy.
Ese pico, que brilla en su falda por toda el agua que escurre sobre su cuerpo, es la meta que hoy tiene que alcanzar Jorge Luis Ceballos. Este investigador coordina, en el Ideam, el grupo que estudia el estado de los glaciares en Colombia. Con su mirada clavada en la cresta de la montaña, Jorge Luis me advierte que “aunque el camino es largo y empinado, vale la pena”. Debemos ir y regresar el mismo día. Nos acompaña el también glaciólogo Leonardo Real.
La sierra de Güicán y Cocuy es como un enorme gabinete a cielo abierto que da refugio a lagunas, valles, ríos, peñascos y nevados. Aquí, donde confluyen Arauca, Boyacá, Santander y Casanare.
Avanzamos por entre un camino que en un comienzo se describe plano. Los frailejones y pajonales delimitan la senda. Es, sin duda, un típico páramo. El río Cardenillo, nacido del propio glaciar que hoy es nuestro objetivo, atraviesa esta planicie de oriente a occidente. A sus aguas, transparentes, no muy profundas y extremadamente gélidas, las arropa un viento constante que transporta delgadas nubes de montaña.
Pero en menos de nada el valle desaparece y entramos a una pendiente en la que Jorge Luis hace
un alto. Es un sitio lleno de rocas y despoblado de frailejones. “Aquí —afirma— hubo nieve hace
161 años”. Y añade: “Tenga en cuenta que todavía nos falta, a buen paso, aproximadas cinco
horas para llegar al glaciar”.
El investigador sustenta esa afirmación en dos hechos: los resultados de algunas pruebas
científicas y una acuarela de la Comisión Corográfica. El dibujo, pintado hacia 1851, es producto
de esa notable empresa del saber que lideró el geógrafo italiano Agustín Codazzi. Tal Comisión —
recordemos— buscó inventariar todo lo referente al llamado territorio neogranadino.
Tras varias pesquisas tuve en mis manos esa hermosa y evocativa pintura. Enmudezco. Por aquel
entonces, una enorme lengua de nieve y hielo se descolgaba hasta un punto muy próximo al sitio
donde hoy existen frailejones. Así las cosas, no quedan rastros de ese gran glaciar que el Ritacuba
Negro, a mediados de siglo XIX, arrojaba, por Occidente, hacia su parte más baja.
El ascenso se hace más pronunciado y no hay vegetación. Con cuidado, ambos investigadores y
yo avanzamos sobre una gigantesca y resbaladiza laja. Es el tramo más difícil y su culmen nos
revela, ya no tan distante, el escaso glaciar que recubre la cima de nuestra meta.
Muy cerca de la nieve observo un conjunto de aparatos con celdas solares. Es una estación que 24
horas al día, satelitalmente, reporta al Ideam las condiciones atmosféricas que le dan o le quitan la
vida a la masa blanca. El moderno sistema da cuenta de la lluvia, la temperatura, el viento o la
radiación solar.
“Todos esos parámetros —me dice Jorge Luis— nos ayudan a entender qué pasa con el glaciar,
cuál es su dinámica, por qué cambia, por qué acumula o por qué se derrite”. Los seis nevados que
aún quedan en Colombia (ver tabla) poseen sistemas de monitoreo similares al que hoy tiene el
Ritacuba Negro.
Leonardo, el otro glaciólogo que nos acompaña, pisa la nieve. La recorre, la analiza e inserta, con
delicadeza, un tubo plástico. Con este sencillo, pero muy confiable sistema, mide qué tanto está
retrocediendo el glaciar. La sentencia es contundente: “En promedio, 25 metros por año”.
El dato, lamentable, aplica para cada una de nuestras cumbres nevadas, esas que hoy, como
nunca antes, mueren ante la impotencia de todos y cada uno de nosotros.

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