El principal gas de invernadero generado por las actividades
humanas es el dióxido de carbono. Este gas representa el 75 %
aproximadamente del total de «emisiones de gases de efecto
invernadero» en el mundo, es decir, de todos los gases de efecto
invernadero que se vierten a la atmósfera en los vapores y humos
procedentes de tubos de escape, chimeneas, incendios y otras
fuentes.
El dióxido de carbono se libera principalmente al quemar
combustibles fósiles tales como el carbón, el petróleo o el gas
natural. Y los combustibles fósiles siguen siendo la fuente de
energía más utilizada: los quemamos para producir electricidad y
calor y los utilizamos como combustible en nuestros automóviles,
buques y aviones.
La mayor parte de nosotros conocemos el dióxido de carbono
(CO2) por las bebidas gaseosas (las burbujas de estas bebidas y de
la cerveza son burbujas de CO2). También desempeña un papel
importante en la respiración: inspiramos oxígeno y expiramos
dióxido de carbono, en tanto que los árboles y las plantas absorben
CO2 para producir oxígeno.
Por este motivo son tan importantes
los bosques del planeta: contribuyen a absorber parte del exceso de CO2 que estamos produciendo. Sin embargo, se asiste a un proceso
de deforestación —tala, desbroce y quema de los bosques— en
todos los continentes.
Otros gases de efecto invernadero generados por las actividades
humanas son el metano y el óxido nitroso. Forman parte de los gases
invisibles producidos por los vertederos, las explotaciones
ganaderas, el cultivo del arroz y
determinados métodos agrícolas de
fertilización. También fabricamos
artificialmente algunos de los gases
de efecto invernadero, los llamados
en gases fluorados. Se utilizan en
los sistemas de refrigeración y aire
acondicionado, pero acaban en la
atmósfera si se producen fugas, o
cuando los aparatos no son objeto
de un tratamiento adecuado al
finalizar su vida útil.
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