Impreciso, sin ambiciones, acciones concretas ni financiación. Esto es el futuro que no queremos,
pero el que sucederá. Rio menos 20, mejor que Rio mas 20. La conferencia mundial de la Tierra ha
generado un documento final que tan solo contenta a las grandes corporaciones responsables de la
destrucción ambiental. Una victoria por la gobernanza liberalista y una derrota para toda la
humanidad.
La frustración de Ban Ki Moon y los continuos llamamientos caídos al vacio, certifican la
definitiva muerte del multilateralismo sobre los temas fundamentales para todos. Y ya hay algunos que
empiezan a retirar las tesis de negación, afirmando que el cambio climático es una invención y que la
crisis económica mundial es causada por los movimientos culpables de bloquear la libertad de los
mercados.
El clima de la democracia se parece cada vez más al del planeta: pésimo.
Los límites están siendo
sobrepasados uno tras otro. La Tierra no aguanta más, como sus hijos, empobrecidos y precarios. El
radicalismo antropocéntrico del modelo capitalista ha llegado a su apogeo. Los resultados de la
cumbre mundial sobre el desarrollo sostenible son la prueba final. Los documentos oficiales muestran
el vacio y el desinterés con el que el liberalismo afronta la sostenibilidad social y ambiental. Conducir
una transición socio ecológica sin ninguna acción concreta equivale a una burla intolerable,
especialmente hacia las millones de víctimas afectadas por esta hipocresía. Promesas en vano
repetidas en veinte años de reuniones y encuentros oficiales precisamente fracasados, en los que hay
una gran participación de la burocracia internacional.
Así es como fracasan las estrategias de
lobbying de las grandes ONGs que han preferido estar en las conferencias oficiales, ignorando los
movimientos y las realidades sociales que en estos años han emprendido la marcha para construir
una alternativa. También fracasa el reformismo internacional, demostrando su completa esterilidad de
frente a la crisis más grave que la humanidad haya nunca afrontado. Las formas clásicas de la política
son insuficientes. En muchos casos son además cómplices de los comités de empresa de bancos y
multinacionales. La izquierda, si se excluye la de Latinoamérica, sale desintegrada de Rio, incapaz de
comprender los cambios transcendentales que están teniendo lugar y culpables de haber renunciado
a su misión emancipadora.
La financiación de la naturaleza es el gran negocio de mañana. El caballo de Troya se llama “green
economy”.
El último argumento de la captura cognitiva es justamente este, en cuyo poder taumatúrgico
confían tantos sin sentido crítico, incluso algunas realidades del ambientalismo, ahora subalternas de
la lógica por la cual no existen alternativas posibles al liberalismo. Aferrarse a la mano invisible del
mercado para consentir el milagro de la perfecta asignación de los recursos. Estamos ante la
prehistoria del pensamiento económico y ante la crisis más oscura del pensamiento político.
Los
movimientos por la justicia ambiental y social, aquellos reunidos en la cumbre de los pueblos, son los
que quieren construir un último margen a la expansión de la frontera capitalista. Son los que resisten
en todos los territorios del planeta, los que defienden los bienes comunes, apoyan las agroecología,
impiden las privatizaciones, promueven formas de democracia participativa y comunitaria, crean
nuevos instrumentos e indicadoras ecológicos, luchan por la defensa de los derechos de los
trabajadores y por la reconversión industrial y energética.
Los movimientos por la justicia ambiental
nos indican la necesidad urgente de construir no solo otro modelo económico, sino que también un
nuevo paradigma de civilización, una nueva ética. Para avanzar, más que resistir, necesitamos una
relación nueva entre justicia y sostenibilidad. Esto significa trabajar para alcanzar no solo la justicia
ambiental y social, sino también aquella ecológica. Debemos preguntarnos cuál es el problema para
hacer justicia con la naturaleza. Solo así encontraremos las causas que generan la injusticia y que han
institucionalizado nuevas formas de racismo social y ambiental. No haber reconocido a la naturaleza
como un sujeto con derechos, haberla excluido de las teorías de la justicia, no haber entendido la
integridad de la naturaleza humana, sino como algo funcional para el ser humano, ha conducido a la
modernidad a una crisis ligada a la sostenibilidad. La justicia ecológica y el reconocimiento de los
derechos de la naturaleza deberían dar un golpe mortal al modelo jurídico capitalista, que considera la
Tierra y sus elementos desarmados como meros objetos a introducir en el mercado.
El hecho de reconocer al ser humano como el único ser racional, ha constituido la legitimización para
dominar todo aquello que es considerado como irracional, partiendo precisamente de la naturaleza.
Vale la pena recordar como nosotros, los humanos, somos en realidad el fruto de alrededor de 4 mil
millones de años de relaciones simbióticas. En la naturaleza la práctica destructiva fracasa a largo
plazo.
La evolución se basa en la cooperación, no en la competencia. Desde la primera célula, la
evolución ha sucedido de acuerdo a procesos de cooperación y coevolución cada vez más
complejos. La Tierra no solo se sostiene y se reproduce por sí sola, sino que se redefine y evoluciona
continuamente. Es lo que se llama sistema autopoyético. Nosotros no somos huéspedes ni forasteros
de la Tierra, somos parte de la Tierra.
La ética que podemos recabar se basa en el reconocimiento de los derechos a la existencia y al
desarrollo de la vida de todas las entidades que comparten la Tierra con nosotros, los humanos. Esto
garantiza la continuidad de la vida y de los sistemas de los dependemos. Una sociedad fundada
sobre principios de la justicia ambiental y ecológica, reduce la herida causada por la separación entre
racional e irracional, entre sujeto y objeto. Antepone las razones de la ética y de la política, utilizando la
técnica y la ciencia para alcanzar el equilibrio entre justicia y sostenibilidad. El reconocimiento de los
derechos de la naturaleza seria garantía de respeto para los derechos humanos y la democratización
del desarrollo. Esto es llamado “biocivilización”. Además, para ser justa y sostenible, la civilización
humana debe rechazar el antropocentrismo como ética, religión, jurisprudencia y filosofía. La vida
tiene el derecho fundamental de existir, pero no solo porque sea necesaria para garantizar la vida
humana. Este es el mensaje que los pueblos por la justicia ambiental y social lanzan desde Rio.
Esperemos que muchos lo escuchen en Italia.
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