Edwin Trejo (*) SAN SALVADOR- Después de tantas declaraciones y cumbres sobre el medio
ambiente, es válido que se cuestione la eficacia de las mismas, ya que los Estados, poco o nada
han hecho para honrar los compromisos adquiridos y al final de cuentas suman un legajo más de
buenas intenciones y la depredación del planeta continúa bajo la lógica de acumulación capitalista.
Sin embargo, a pesar de la falta de concreción de las acciones y cumplimiento de muchas metas en
materia ambiental, la realización de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Desarrollo
Sostenible RÍO+20, aún genera expectativas y la esperanza de que los Estados se comprometan con
la vida y no privilegien los intereses de las corporaciones transnacionales, las cuales en su horizonte
sólo visualizan asegurar la maximización de sus ganancias.
Por otra parte, de forma simultánea, la sociedad civil organizada desarrolló la denominada “Cumbre
de los Pueblos en la Río+20 la justicia social y ambiental, en defensa de los bienes comunes,
contra la mercantilización de la vida”, con el propósito de expresar la visión alternativa a la oficial, que
de acuerdo a la experiencia, no recogen el sentir y las demandas de la ciudadanía. Las
organizaciones sociales han sido claras, en rechazar la propuesta de solución de la Conferencia de
Naciones Unidas; la economía verde.
En ese sentido, en la declaración final de la “Cumbre de los Pueblos”, se expresa que “La llamada
"economía verde” es una de las expresiones de la actual fase financiera del capitalismo que
también utiliza viejos y nuevos mecanismos, tales como la profundización del endeudamiento
público-privado, el estímulo excesivo al consumo, la apropiación y concentración de las nuevas
tecnologías, los mercados de carbono y la biodiversidad, la apropiación ilegal y la extranjerización
de tierras y las asociaciones público-privadas, entre otros”.
Asimismo, en esta misma línea de pensamiento se ubica la posición del respetado teólogo
Leonardo Boff, que afirma “La pintemos de verde o de marrón, ella guarda siempre su lógica interna
que se formula en esta pregunta: ¿cuánto puedo ganar en el menor tiempo, con la menor inversión
posible, manteniendo una fuerte competitividad? No seamos ingenuos: el negocio de la economía
vigente es el negocio. Ella no propone una nueva relación con la naturaleza sintiéndose parte de
ella y responsable de su vitalidad e integridad”.
Según los planteamientos precedentes, la economía verde no rompe con el paradigma económico
dominante, ya que no cuestiona que todas las manifestaciones de la vida, sean consideradas
mercancías, y en consecuencia el agua, los minerales y los bosques, están determinados a ser
explotados, predominando un enfoque antropocéntrico (el ser humano en centro del universo y la
naturaleza está a su servicio), lejos de fomentar sociedades sustentables.
Por su parte, en el documento final de la Conferencia de Naciones Unidas Río+20 titulado “El futuro
que queremos”, como se había cuestionado, se plantea una fuerte apuesta a la economía verde,
afirmándose en dicho texto “Ponemos de relieve que la economía verde debería contribuir a la
erradicación de la pobreza y el crecimiento económico sostenible, aumentando la inclusión social,
mejorando el bienestar humano y creando oportunidades de empleo y trabajo decente para todos,
manteniendo al mismo tiempo el funcionamiento saludable de los ecosistemas de la Tierra”.
También, como en otras declaraciones, se enfatiza en los compromisos relativos al derecho humano
al agua, reafirmándose “los compromisos contraídos en el Plan de Aplicación de las Decisiones de
Johannesburgo y en la Declaración del Milenio de reducir a la mitad, para el año 2015, el
porcentaje de personas que carezcan de acceso al agua potable y al saneamiento básico y de
elaborar planes de gestión integrada y aprovechamiento eficiente de los recursos hídricos,
asegurando el uso sostenible de esos recursos”.
Cabe destacar dos situaciones, la primera es la existencia de dos visiones distintas y opuestas, en
relación a asegurar la vida en el planeta tierra (el hogar de todos y todas); la visión de la sociedad civil
organizada, en la cual se sostiene que “La defensa de los bienes comunes pasa por la garantía de
una serie de derechos humanos y de la naturaleza, por la solidaridad y respeto a las cosmovisiones
y creencias de los diferentes pueblos, como, por ejemplo, la defensa del "Buen Vivir” como forma
de existir en armonía con la naturaleza”. Y la visión oficial de la cumbre de Naciones Unidas, que no
se distancia del sistema hegemónico dominante.
La segunda situación es que en las comunidades, localidades y territorios, los compromisos que los
Estados asumen en materia de protección del medio ambiente, se escuchan lejanos y no se
concretan, y lo que en realidad garantiza la vigencia de los derechos humanos -como el derecho
humano al agua y al saneamiento básico-, es la organización y lucha de los y las ciudadanas.
(*) Abogado y colaborador de ContraPunto
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