viernes, 23 de noviembre de 2012

En Challapata, Aiquile y Padcaya se adaptan al cambio climático - Part 1

¿Existe una relación directa entre el nivel de adaptación de ciertas comunidades al cambio climático con el nivel de apoyo que reciben de sus alcaldías? 
Una investigación del PIEB en Challapata, Aiquile y Padcaya demuestra que no y que reciben ayuda de otras instituciones. “No existe una relación directa entre el nivel de adaptación de las comunidades de los tres estudios de caso con el nivel de apoyo y respuesta que reciben de sus municipios para acciones de adaptación al cambio climático”, señala el documento y subraya que los valores más altos registrados en esta adpatación corresponden a la “influencia de las distintas instituciones que trabajan con ellas”. 
El equipo de seis investigadores de la Fundación Gaia Pacha, bajo la coordinación de Daniel Cruz Fuentes, participó y obtuvo apoyo para estudios de caso en la convocatoria del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB) 2011 sobre la temática “Agua para la vida y seguridad alimentaria: adaptación al cambio climático en zonas vulnerables”. Eligieron a Challapata en Oruro, Aiquile en Cochabamba y Padcaya en Tarija por ser los municipios con mayor vulnerabilidad y alta amenaza de sequía, helada y deslizamientos, a excepción de inundaciones que representan una baja amenaza, según datos de Oxfam, entidad que también impulsa estos estudios. 
Challapata es la capital de la provincia Eduardo Abaroa de Oruro. Está situada a 3.738 metros sobre el nivel del mar y a medio camino de la carretera y vía férrea entre Oruro y Potosí. En el estudio abordaron el análisis de las asociaciones de productores Amaga y APSU. La primera está conformada por 25 familias y se dedica a la producción, acopio y transformación de derivados de leche como queso y yogurt. Esta opción de actividad económica nació después que en 1961 se construyera la represa Tacagua y los pajonales altiplánicos dieran paso a tierras de cultivo con riego. La otra organización nació por una combinación de preocupaciones culturales y socioeconómicas, cuyo resultado lo palparon en 1994, durante una fuerte sequía, y demostraron que elaborando tejidos era posible generar ingresos alternativos a la agricultura. 

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