Así pues, aun en la medida en que construimos un movimiento de amplia base para luchar por
reformas de verdad en el seno del sistema, para ralentizar el monstruo de un capitalismo
desbocado, movido a base de combustibles fósiles que está creando Frankenstormentas y
muchas más cosas en forma de destrozos ecológicos y sociales, nos hace falta contemplar una
sistema social completamente distinto.
Esto significa ubicar el funcionamiento práctico e ideológico del capitalismo y la degradación
medioambiental en un marco unificado que exige su substitución por un sistema basado en la
cooperación, la democracia real, una producción sostenible dirigida a las necesidades y una Tierra
mantenida en la confianza común de todas las gentes en interés de las futuras generaciones.
Sólo entonces, por medio de ese cambio revolucionario, podemos esperar evitar un
desmembramiento cataclísmico de los ecosistemas globales mediante un cambio climático
antropogénico.
Y el agente de ese cambio no está en las urnas.
Pues hay otro modo de leer el Frankenstein de
Mary Shelley, en el que el monstruo con el que el lector simpatiza, fabricado y traído a la vida por el
burgués Dr. Frankenstein, se encuentra tan enfurecido por su opresión y explotación que
representa el derrocamiento revolucionario de su creador y antagonista.
Dicho de otro modo, el Dr Frankenstein, muy al modo del capitalismo, ha creado su propio
enterrador, en forma de trabajadores, campesinos y comunidades organizadas que deben luchar
en calles, campos y bosques del mundo por nuestra emancipación y la de nuestro planeta.
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