Los antiguos pueblos andinos forjaron de manera
autónoma en este territorio una de las siete civilizaciones
de la historia de la humanidad, como
resultado de la acumulación de esfuerzos y de
experiencias durante más de 11.000 años. Observaron,
comprobaron, aplicaron y compartieron
conocimientos, y fueron capaces de asegurar un
crecimiento sostenido de la producción de alimentos,
aprovechar la diversidad de sus ecosistemas,
disminuir los riesgos de la variabilidad del clima, y
mitigar los efectos de los fenómenos naturales.
Su conocimiento les dio la posibilidad de
predecir los acontecimientos para actuar
oportuna y organizadamente, gracias a una
cosmovisión integradora y armonizadora entre
el movimiento de los astros, los fenómenos
naturales y la biología.
En el mundo andino, cada elemento es una
parte viva de una unidad en movimiento permanente
y cíclico.
Por eso aprendieron a apoyarse
mutuamente y a compensar las pérdidas de unos
con los excedentes de otros, intercambiando recursos
entre las partes altas, frías y húmedas y
las más bajas, calurosas y secas. También, conservaron
sus semillas y alimentos para las épocas
de escasez, y construyeron reservorios para
acumular el agua sobrante.
Por eso lograron la mayor densidad de población
de América del Sur, a pesar de enfrentar un
clima variable y cambiante. Hoy nos toca retornar
al conocimiento milenario que reside en estos
pueblos para aprender a adaptarnos a los nuevos
cambios, pero aún no sabemos si la naturaleza
podrá adaptarse a cambios tan acelerados como
los que las nuevas sociedades les imponen.
La sostenibilidad del stock de
recursos naturales es la garantía de
la prosperidad presente y futura de
los pueblos de la CAN. Si sus climas
se alteran en un período corto de
tiempo, es muy probable que afecten
seriamente la estabilidad de su
economía y con ello, su gobernabilidad.
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