Con diversas estrategias comunicativas: campañas,
días de acción global, apagones, conciertos,
grandes ONG como la WWF, artistas, y políticos
como Al Gore, han logrado posicionar, de
manera central, una preocupación generalizada
por el clima del planeta.
Para Fernández (2011: 92-97), toda esta construcción
discursiva sobre el cambio climático
intenta desactivar el ambiente contestatario
del mundo, mejorar la imagen de las corporaciones
y tratar de ganar para las tesis favorables
al mercado a un sector importante de los movimientos
sociales mundiales y sobre todo al
universo de las ONG”.
La ganancia de esto es que se han construido
nuevos mercados para recrear una economía
en crisis e instalar la idea de que se está enfrentando
el problema. En cuanto a las evaluaciones
de las medidas, se reconoce de alguna
manera que han fracasado pero ese fracaso se
asocia con fallas de mercado, como la falta de
compradores y vendedores para determinados
servicios, una inadecuada asignación de precios debido a la aplicación de límites de emisiones
tímidos o la imposibilidad de asignar valor económico
a diferentes funciones de la naturaleza
(Informe Teeb, varios autores, 2008).
Los primeros avances para
ir armando una visión sobre
la economía verde se
basaron en la noción de Pago por
Servicios Ambientales (PSA) o servicios
ecosistémicos.
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