Los primeros avances para ir armando una visión
sobre la economía verde se basaron en la
noción de Pago por Servicios Ambientales (PSA)
o servicios ecosistémicos. Esta noción se fundamenta
en conceptos de la economía ambiental,
que, preocupada por internalizar los costos ambientales
que generaban algunas actividades
económicas, comenzó a considerar a la naturaleza
en el ciclo de la economía, y abrió la puerta
para dar el nombre de ‘servicios’ a lo que antes
se consideraba como ‘funciones’:
Para la economía ambiental –dice Toledo–
las interrelaciones con el medio ambiente se
dan bajo la forma de un flujo circular donde
es posible identificar tres funciones económicas
el medio ambiente: proveedor de recursos
naturales, asimilador de desechos y fuente directa
de utilidad. Estas funciones constituyen
los componentes de una función general del
medio ambiente: el soporte de la vida. Tales
funciones tienen un valor económico positivo,
si se compran y se venden en el mercado tienen
un precio positivo. La cuestión estriba en que
la economía no reconoce los precios positivos
de estas funciones económicas del medio ambiente.
En parte porque no existen mercados
para estos bienes y en parte porque sus fallas o
distorsiones no permiten valorarlos adecuadamente
(Toledo, 1998).
El cambio de ‘funciones’ a ‘servicios’ se hizo para
poder mercantilizar esos bienes (la naturaleza y
la biodiversidad), puesto que así se podían vender
y comprar; también hubo que inventarles
‘dueños’, pues siempre habían sido bienes comunes
y colectivos que, como dice Silvia Ribeiro,
no se podía mercantilizar. Así, se mercantilizaron
esas funciones, los conocimientos sobre
biodiversidad, los cuidados tradicionales del
agua, las cuencas y los bosques y se convirtieron
en dueños algunas ONG y grupos dentro de
las comunidades (Ribeiro, 2011).
No hay comentarios:
Publicar un comentario