La depresión económica de los pasados años
30 se produjo por la caída del sector financiero
en Estados Unidos, que determinó un
desempleo cercano al 25% de la población y un
derrumbe del 26% en el Producto Interno Bruto
(PIB). El New Deal de entonces se concibió como
un conjunto de reformas políticas que apuntaron
a recuperar la economía reformando el sistema
financiero y fomentando la inversión pública.
En las propuestas actuales, la preocupación
de las grandes economías surgen del rumbo que
necesitan tomar ante las transformaciones climáticas
globales. Estos cambios, que afectan las
poblaciones más vulnerables y empobrecidas,
impactan también a importantes sectores de la
economía mundial, que ven el riesgo de llegar a
una caída del PIB mundial que oscila entre el 5%
y el 20% (Stern, 2007), si no se actúa en lo que
se requiere: invertir por lo menos el 1% del PIB
mundial para enverdecer la economía.
Uno de los puntos de debate entre quienes
impulsan la economía verde y aquellos que
observan los riesgos que ella entraña es que
las transformaciones climáticas, de donde se
derivan las nuevas propuestas, se tratan en el
mundo de los gobiernos y los grandes capitales
como cambios que pueden superarse de manera
paulatina y sin replanteamientos mayores,
mediante la adaptación a ellos o mitigando
sus efectos. Organizaciones y movimientos
ambientalistas entienden que otra es la realidad:
se trata, no de un cambio de ese tipo, sino
de una crisis climática3, que se conjuga con una
crisis energética y otra económica, y genera
una crisis civilizatoria, cuestiones que exigen
medidas acordes con esa magnitud.
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