jueves, 14 de marzo de 2013

Militarizando la crisis climática - II

El negocio del miedo 
Las industrias que f lorecen con la realpolitik de la seguridad internacional también se están preparando para el cambio climático. En 2011, el texto publicitario de una conf erencia sobre la industria de def ensa sugería que el mercado de la energía y del medio ambiente valía por lo menos ocho veces más que el propio negocio de la def ensa, estimado en un billón de dólares al año. 
El mismo texto también apuntaba que “el sector aeroespacial, de def ensa y seguridad, lejos de quedar excluido de esta oportunidad, se está movilizando para abordar lo que parece destinado a convertirse en su mercado adyacente más signif icativo desde la f uerte emergencia del negocio de la seguridad civil/interior hace casi una década”. Puede que algunas de estas inversiones acaben resultando de utilidad e importantes, pero el discurso de la seguridad climática también está ayudando a alimentar un auténtico boom de inversiones en sistemas de control de f ronteras de alta tecnología, tecnologías para el control de masas, sistemas de armas of ensivas de próxima generación (como los drones o aviones no tripulados) y las conocidas como ‘armas menos letales’. Debería ser inconcebible que Estados democráticos se estén equipando de esta f orma para un mundo cambiado por el clima, pero cada año se ponen a prueba y salen al mercado más aplicaciones. Teniendo en cuenta la consolidación de las f ronteras militarizadas en todo el mundo durante la última década, nadie querría ser un ref ugiado climático en 2012; no digamos ya en 2050. No son solo las industrias de la represión las que se están posicionando para benef iciarse de los temores sobre el f uturo. 
Las materias primas de las que depende la vida se están incorporando en nuevas narrativas sobre seguridad basadas en temores relativos a la escasez, la sobrepoblación y la desigualdad. Cada vez se concede mayor importancia a cuestiones como la ‘seguridad alimentaria’, la ‘seguridad energética’ y la ‘seguridad hídrica’, sin que se analice en prof undidad qué se está asegurando exactamente para quién, y a expensas de quién. Pero cuando la situación percibida de inseguridad alimentaria en Corea del Sur y Arabia Saudí está impulsando acaparamientos y explotación de tierras en Áf rica, y el aumento de los precios de los alimentos está provocando un malestar social generalizado, tendrían que saltar las alarmas. El discurso de la seguridad climática da por sentado estos resultados. Se articula en torno a la idea de ganadores y perdedores –los asegurados y los condenados– y se basa en una visión de la ‘seguridad’ tan distorsionada por la ‘guerra contra el terror’ que considera, f undamentalmente, que hay personas desechables en lugar de promover la solidaridad internacional que se necesita de f orma tan obvia para encarar el f uturo de una manera justa y colaborativa. La doble batalla contra el cambio climático Para hacer f rente a la creciente securización de nuestro f uturo, debemos seguir luchando para poner f in a nuestra adicción a los combustibles f ósiles lo antes posible, sumándonos a movimientos como los que se oponen a la explotación de las arenas bituminosas en Norteamérica y f ormando amplias alianzas ciudadanas que presionen a municipios, estados y Gobiernos para que transf ormen las bases de sus economías y minimicen su huella de carbono. No podemos detener el cambio climático –ya está ocurriendo– pero todavía podemos evitar sus peores consecuencias. Sin embargo, también debemos prepararnos para reivindicar la agenda sobre la adaptación al cambio climático, exigiendo que esta deje de basarse en la adquisición por desposesión y en las interesadas agendas de seguridad de los poderosos, y se centre en los derechos humanos universales y la dignidad de todas las personas. Sencillamente, no podemos permitirnos dejar nuestro f uturo en manos de securócratas y corporaciones cuando se deben tomar decisiones dif íciles. La reciente experiencia del huracán Sandy, en que el movimiento Occupy, con su respuesta a la crisis, dejó en evidencia al Gobierno f ederal, pone de manif iesto el poder de los movimientos populares para responder positivamente a catástrof es locales. A pesar de todo, las respuestas locales, de por sí, no bastan. Necesitamos estrategias internacionales más amplias que controlen el poder corporativo y militar y, al mismo tiempo, globalicen las herramientas para la resiliencia. Esto signif ica proponer soluciones progresistas sobre cuestiones como los alimentos, el agua y la energía, y sobre cómo hacer f rente a condiciones meteorológicas extremas que of rezcan alternativas viables a los enf oques basados en el mercado y obsesionados con la seguridad que f avorecen nuestros Gobiernos. Pero puede que lo más importante sea que debemos empezar a enmarcar estas ideas en visiones positivas para el f uturo, algo que ayudará a las personas a rechazar la distopía y a reivindicar un f uturo justo y habitable para todos y todas.

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