Cuando la supertormenta Sandy tocó tierra a f ines de octubre y las luces del bajo Manhattan se
apagaron, los neoyorquinos tuvieron una cruda visión de un f uturo posible. La ciencia del cambio
climático todavía es un campo con una gran incertidumbre, pero hay consenso en que el planeta se está
calentando peligrosamente y que la gente tiene la culpa. Un inf orme reciente encargado por el Banco
Mundial advirtió que el mundo está en camino a tener para 2100 una temperatura media global que está 4
grados por encima de los niveles pre-industriales. Si es así, los niveles del mar podrían aumentar entre
medio y un metro para f ines de siglo, amenazando a cientos de millones de personas en ciudades
costeras. Otras regiones enf rentarían las amenazas de sequías, tormentas más grandes y patrones de
lluvia cambiantes. Esto implica no solamente costos humanos sino también económicos.
La pregunta que preocupa a Klaus Desmet de la Universidad Carlos III en Madrid y a Esteban Rossi-
Hansberg de la Universidad de Princeton en un nuevo trabajo en el NBER (National Bureau of Economic
Research) es si hay f ormas de controlar el impacto de los patrones de cambio climático trasladando la
ubicación de la actividad económica. Ellos señalan que aproximadamente el 90% de la producción global
usa solamente el 10% de la tierra disponible. Si ese 10% es amenazado, la actividad puede al menos
teóricamente trasladarse a partes del 90% que se hayan vuelto más hospitalarias por el cambio
climático.
Desmet y Rossi-Hansberg construyen un modelo económico, y luego lo prueban con dif erentes
aumentos de temperatura para ver cómo reacciona.
En su análisis de ref erencia, permiten a la gente
moverse tanto como quiera en respuesta a esos cambios. En escenarios extremos la libertad de
movimiento no hace mucha dif erencia: las temperaturas reducen la productividad agrícola global hasta
prácticamente cero, "implicando el f in de la vida humana en la Tierra". Pero en escenarios más
moderados, las temperaturas globales en aumento mejoran la productividad agrícola en los climas del
norte. Las pérdidas de bienestar son chicas porque hay grandes movimientos de gente hacia el norte. Un
incremento relativamente pequeño en la temperatura para los estándares del modelo, de 2° C en el
Ecuador aumentando a 6° C en el Polo Norte, provoca un cambio en las ubicaciones promedio de
actividad agrícola y manuf acturera de alrededor de diez grados de latitud para f ines de este siglo,
aproximadamente la distancia entre Dallas y Chicago, o entre Frankf urt y Oslo.
Sin embargo, las restricciones a los traslados incrementan dramáticamente los costos de bienestar. Los
autores modif ican el modelo introduciendo una f rontera rígida en el paralelo 45, que pasa por el norte de
Estados Unidos y a través del sur de Europa, con aproximadamente mil millones de personas viviendo
por encima de la línea y seis mil millones por debajo. El modelo encuentra que las temperaturas
crecientes en realidad benef ician al sector norte del globo. La productividad agrícola crece y los
f abricantes del norte disf rutan de más comercio con las multitudes que se aglomeran al sur cerca de la
f rontera. El bienestar en el sur cae, en contraste, en aproximadamente un 5% en promedio en relación al
escenario sin calentamiento. El modelo es simplista, por supuesto, pero sugiere que los límites a la
migración tienen un ef ecto importante en los costos del calentamiento global.
La migración sin restricciones es obviamente mucho más probable dentro de los países. Pero incluso así,
¿no importa si la gente abandona un lugar realmente productivo por otro menos dinámico? El producto
real per cápita en el área de Nueva York es un 70% más alto que en Buf f alo, por ejemplo; un
neoyorquino que huye al norte del estado puede suf rir una gran pérdida de ingresos. Matthew Kahn de la
Universidad de Calif ornia en Los Ángeles, af irma que esto, también, es manejable. En su libro
"Climatopolis", Kahn señala que la productividad de los lugares ricos a menudo tiene poco que ver con
ventajas geográf icas únicas. En cambio, las ciudades se benef ician actuando como imanes, cuando
trabajadores calif icados son atraídos por otros trabajadores calif icados. La salud f inanciera de Nueva
York no deriva de su puerto sino de su rebosante comunidad de empresas y trabajadores.
Kahn sostiene que a medida que el clima se caliente, áreas vulnerables como el bajo Manhattan van a
volverse menos deseables en relación a centros rivales: Midtown Manhattan, los suburbios de Nueva
York, o Chicago. Los trabajadores y las f irmas racionales deberían evaluar el riesgo de inundaciones y
similares y migrar, elevando la productividad de las ubicaciones de destino a su llegada. El traslado no va
a ser sin costos. Los inversores de las propiedades del bajo Manhattan van a suf rir grandes pérdidas,
por ejemplo. Sin embargo Kahn dice que podría haber ganancias también, al trasladarse la actividad
desde ciudades con un stock de capital avejentado (como la inf raestructura decrépita de New York)
hacia áreas más modernas. La velocidad del cambio climático también podría ayudar, señala Paul Romer
de la Universidad de Nueva York, si cambios más amplios en habitabilidad ocurren suf icientemente
despacio como para permitir un ajuste geográf ico relativamente suave. Pero el cambio podría ser
demasiado rápido e impredecible para permitir una adaptación sencilla.
GOBIERNOS INEFICIENTES.
Los gobiernos pueden entorpecer el proceso de ajuste. Subsidios como los seguros estatales contra
inundaciones para quienes viven en áreas vulnerables, pueden silenciar las señales de los precios que
en otro caso alentarían a la gente a abandonar los lugares amenazados antes de que no tengan otra
opción. Las ciudades "a prueba del clima" si es que existe alguna, podrían limitar su propio desarrollo al
enf rentarse con f lujos de inmigrantes de esas áreas vulnerables. Eso, a su vez, podría desviar a los
inmigrantes, quienes podrían terminar, no en la siguiente mejor alternativa al bajo Manhattan, sino en la
décima mejor opción. Si quienes pueden benef iciarse del calentamiento usan al gobierno para proteger
sus intereses, los costos del cambio climático podrían ser enormes.
Las autoridades también pueden ayudar. Desmet y Rossi-Hansberg entienden que un impuesto al
carbono podría elevar los ingresos relativos de ciudades innovadoras que para la producción dependen
más de ideas que de recursos naturales, incentivando a las personas a migrar hacia lugares más
productivos. Kahn también teme a las f allas de mercado. Áreas que pierden valor a medida que se
vuelven más riesgosas pueden convertirse en imanes para f amilias pobres en busca de vivienda
accesible. Eso podría sentar las bases para el desastre humanitario. El cambio climático requiere mucho
de gobiernos que han hecho poco para merecer conf ianza.
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