Delegados y expertos de todos los países de la ONU se reúnen estos días en Doha (Qatar) en
la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, con el objetivo de alcanzar
acuerdos de calado para evitar la catástrofe del calentamiento global. Todo indica, sin
embargo, que los intereses nacionales y de las multinacionales volverán a primar por encima de
un cambio climático que ya está cambiando el planeta.
Beñat Zaldua|Iruñea|05/12/2012
Inauguración de la
Conferencia de Naciones
Unidas sobre el Cambio
Climático en Doha. El delegado de EEUU,
Jonathan Pershing, ya ha
anunciado que no prevén
«incrementar sus metas de
emisiones más allá de lo
que ya fue acordado».
Delegados de todos los
países de la ONU,
representantes de empresas y lobbies de diverso pelaje, 7.000 miembros de organizaciones no
gubernamentales y 1.500 periodistas se reúnen estos días en la Conferencia de Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático. Lo hacen en la capital de Qatar, Doha, un oasis de
rascacielos plantado en pleno desierto arábigo, construida a golpe de petrodólar. También se
ha conocido estos días que la próxima cumbre sobre el clima la acogerá Polonia, país que se
opone a que la UE reduzca en un 30% sus emisiones de carbono dióxido.
Dos símbolos que condensan las contradicciones de este tipo de encuentros, indispensables
por la urgencia del cambio climático pero inútiles ante la falta de acuerdo de los países con
poder para cambiar algo. Es lo que pasó en Durban hace exactamente un año, cuando la
cumbre finalizó con un acuerdo de mínimos en la prórroga. Se trataba, sin embargo, de un
acuerdo que no entraba en concreción alguna a la hora de adoptar medidas contra el
calentamiento global y que dejaba a los dos países más contaminadores del mundo, EEUU y
China, sin plazo alguno para poner en marcha las medidas acordadas.
El objetivo de fondo es conseguir que la temperatura del planeta no ascienda más de 2ºC, que
es el umbral que señalan los expertos –no todos– en el que se situaría la catástrofe absoluta.
Para hacernos a la idea de la situación en la que estamos, la Agencia Internacional de la
Energía señaló recientemente que si el consumo de combustibles fósiles sigue el ritmo actual,
la temperatura en unas décadas podría elevarse 3,6ºC, lo que supondría, para entendernos, el
fin del mundo tal y como hoy lo conocemos.
Negociaciones complicadas
Las negociaciones tienen como objetivo tres acuerdos. El primero, sobre las metas de
reducción de emisiones de gases invernadero de aquí al año 2020, con el Protocolo de Kyoto
como marco. El segundo, preparar las condiciones para un nuevo acuerdo climático después de
2020; y, por último, asegurar la asistencia técnica y financiera a los países en desarrollo para
que reduzcan sus emisiones sin perjuicio para su crecimiento.
Los más pesimistas auguran que no habrá acuerdos en ninguna de las cuestiones de fondo,
más allá de pequeños pactos que puedan llenar titulares. La posición de la poderosa EEUU les
sirve de augurio. Al inicio de la conferencia, su delegado, Jonathan Pershing, ya anunció que no
prevén «incrementar sus metas de emisiones más allá de lo que ya fue acordado», en
referencia al compromiso de reducir en un 3% las emisiones para 2020 –respecto a los niveles
de 1990–. Es más que probable que EEUU no consiga cumplir dicho compromiso, pero aunque
lo hiciese, cabe pensar que estudios como el de Kevin Anderson, del Centro Tyndall para la
Investigación del Cambio Climático, señalan que las reducciones en el Norte industrializado
deberían ser del 70% en el año 2020. Y como con EEUU, también con China o con Europa –
aunque la UE es algo más laxa a la hora de negociar–, por mencionar los principales
responsables de las emisiones de gases invernaderos.
Por nefastas que sean las consecuencias del cambio climático, la geoestrategia y los intereses
–tanto nacionales como los de las multinacionales– siguen primando, por lo que nadie se
atreve a poner la mano en el fuego por que se consiga un acuerdo de gran calado estos días
en Qatar, el país con mayor huella de carbono por habitante del planeta. Eso sí, el café que
sirven en la fastuosa conferencia tiene la certificación de carbono neutral, que quiere decir que
en su elaboración apenas se emiten gases invernadero.
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