Para conservar la biodiversidad, producción y sostenibilidad de los ecosistemas acuáticos,
es necesario destacar el papel central de un medio físico variable, organizado y definido
por el régimen hidrológico natural (Poff et al., 1997). Entender esta variabilidad
permite su conservación y alteración programada como objetivos de la gestión del agua.
Entre la conservación de un régimen natural y su alteración máxima con fines de aprovechamiento
del agua, se presentan diferentes niveles de degradación de las condiciones
del ecosistema (usepa, 2005; Davies y Jackson, 2006).
Esta alteración controlada
ofrece la oportunidad a los gestores del agua de establecer un balance entre objetivos
de conservación y usos del agua, que defina cuánta agua puede ser extraída del medio,
conservando, alterando o mitigando la pérdida de ciertas funciones ecológicas que
mantienen estados resilientes.
Este balance se presenta entre criterios mínimos y máximos
de conservación o extracción de agua, que se traducen en lineamientos de gestión para las
fuentes superficiales y subterráneas, es decir, para el manejo integrado de cuencas y
acuíferos.
De esta manera, para asegurar la resiliencia de los sistemas ecológicos, la girh requiere
establecer límites de extracción del recurso que conserven los aspectos ecológicamente
significativos del régimen hidrológico, ya sea mediante caudales ecológicos, balance
ecohidrológicos para el caso de humedales, o de reservas de agua para zonas de gran
importancia ecológica, como las áreas naturales protegidas [capítulo 3].
La conservación
de la dinámica hídrica de las cuencas representa beneficios a la gestión como el
mantenimiento de las capacidades de almacenamiento, principalmente la recarga de
acuíferos, y la evacuación ante lluvias extremas (Landa et al., 2008; Magaña et al., 2011).
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