Una vez más se ha dado inicio a la Campaña Octubre Azul en Bolivia, una iniciativa en las Américas
que se inspiró en el histórico Referéndum del Uruguay en Octubre de 2004 que decidiera incluir en
su Constitución el concepto del Agua como derecho humano, así como la imposibilidad de que
una transnacional pudiera enjuiciar al Estado por decisiones en políticas públicas soberanas para
asegurar los derechos humanos. Ese hecho político que siguió a las movilizaciones realizadas en
Bolivia, Argentina y otros países, fue el primer antecedente en América Latina de cambio
constitucional para dar paso a una visión social del agua. Más tarde, los cambios constitucionales
de Bolivia y Ecuador avanzaron sustancialmente en esta construcción desde los pueblos.
A tiempo de ser una celebración, este también es un tiempo de balance, un balance necesario para
mirar con cierta objetividad lo que hemos avanzado y lo que necesitamos hacer para que nuestras
palabras y los triunfos logrados no queden en la simple retórica. Un aprendizaje ineludible de los
últimos años.
Bolivia está cumpliendo con una de las Metas del Milenio relacionadas con el agua, la de reducir a
más de la mitad la gente que carece de servicio de agua potable y saneamiento. Ese es un
inmenso logro movido por políticas de redistribución.
Sin embargo, a pesar de ser un país privilegiado en términos de recursos hídricos, la calidad del
agua y la carencia en franjas de pobreza de la población son alarmantes.
El acceso al agua varía
también de región en región, nuestro territorio se caracteriza por tener una distribución diversa del
agua pues hay zonas muy áridas y vulnerables a las sequías, y otras húmedas y proclives a las
inundaciones. Este último mes Defensa Civil ha informado que más de 300 mil familias están
severamente afectadas por la sequía en el Chaco donde cultivos y ganado mueren por la
alarmante falta de agua.
Por su parte, no son pocas las evidencias sobre la temible contaminación en las comunidades
aledañas a los centros mineros bolivianos. El modelo extractivista, que va tomando cada vez más
cuerpo en el país, está sobre explotando y contaminado las aguas tanto en Occidente como en el
Oriente, donde la actividad minera es cada vez mayor. Los cultivos de soya y maíz para la
exportación y el uso de semillas transgénicas también han empezado a crecer en Bolivia de
manera exponencial con el consecuente uso de agua de exportación virtual que esto implica.
La discusión sobre un “nuevo modelo” es ineludible en Bolivia y en el mundo. Los fenómenos
climáticos extremos, producidos por la intervención humana bajo un modelo desarrollista,
extractivista y de lucro, exigen cambios trascendentales que al mismo tiempo mantengan la
esperanza de los pueblos en sus conquistas, en su afán de justicia, equidad y cuidado del planeta.
Hemos hablado mucho de "modelos de desarrollo", de "cambio de paradigmas". Hasta hemos
pensado que habíamos encontrado las pistas, pero la experiencia nos muestra que si no hay la
verdadera voluntad de “hacer” y no sustituir el hacer por el “decir” no podremos mantenernos en la
senda correcta.
La crisis de los Bienes Comunes está movida por un sistema cruel de dominio del capital sobre la
tierra, sobre el agua, las semillas, el trabajo, la subjetividad… Eso genera una cadena de
consecuencias enajenantes difíciles de cambiar si no se hacen las cosas más allá de la retórica.
Quizá, en lugar de seguir hablando de “modelos de desarrollo” deberíamos buscar un “Modelo de
Restauración” que mantenga no sólo la vida y la calidad de la vida en el planeta, sino también la
posibilidad de cobijar una esperanza en el futuro.
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